Judas Iscariote, Pedro, Juan y Tomás.

Y llamando a la gente y a sus discípulos, les dijo: —Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará, porque ¿de qué le aprovechará al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma? Por tanto, el que se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles” (Marcos 8:34-38).

 

Quiero hablarte de tres discípulos de Jesús que bien pueden representan nuestras vidas como cristianos en el discipulado de Jesús en esta tierra. Y ellos son Judas Iscariote, Pedro y Juan. De estos tres, dos representan tu vida o la mía porque día con día le fallamos a Jesús, pero Jesús en su infinita misericordia nos da una una oportunidad de volver a su lado, aun, con todas nuestras imperfecciones o defectos y trabajar para él en esta tierra. 

JUDAS ISCARIOTE: 

Mientras Jesús estaba preparando a los discípulos para su ordenación, un hombre que no había sido llamado se presentó con insistencia entre ellos. Era Judas Iscariote, hombre que profesaba seguir a Cristo y que se adelantó con gran fervor y aparente sinceridad para solicitar un lugar en el círculo íntimo de los discípulos. La Escritura declara: “Yendo por el camino, uno le dijo: — Señor, te seguiré adondequiera que vayas” (Lucas 9:57). Jesús no le rechazó ni le dio la bienvenida, sino que pronunció tan sólo estas palabras tristes: "—Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; más el Hijo del hombre no tiene donde recueste su cabeza” (Lucas 9:58).  Judas creía que Jesús era el Mesías; y uniéndose a los apóstoles esperaba conseguir un alto puesto en el nuevo reino, así que Jesús se proponía desvanecer esta esperanza declarando su pobreza. Los discípulos anhelaban que Judas llegase a ser uno de ellos. Parecía un hombre respetable, de agudo discernimiento y habilidad administrativa, y lo recomendaron a Jesús como hombre que le ayudaría mucho en su obra. Les causó, pues, sorpresa que Jesús le recibiese tan fríamente. Sin embargo, cuando Judas se unió a los discípulos no era insensible a la belleza del carácter de Cristo. Sentía la influencia de aquel poder divino que atraía las almas al Salvador. El que no había de quebrar la caña cascada ni apagar el pábilo humeante no iba a rechazar a esa alma mientras sintiera un deseo de acercarse a la luz. El Salvador leyó el corazón de Judas; conoció los abismos de iniquidad en los cuales éste se hundiría a menos que fuese librado por la gracia de Dios. Al relacionar a este hombre consigo, le puso donde podría estar día tras día en contacto con la manifestación de su propio amor abnegado. Si quería abrir su corazón a Cristo, la gracia divina desterraría el demonio del egoísmo, y aun Judas podría llegar a ser súbdito del reino de Dios. Dios toma a los hombres tales como son, con los elementos humanos de su carácter, y los prepara para su servicio, si quieren ser disciplinados y aprender de él. No son elegidos porque sean perfectos, sino a pesar de sus imperfecciones, para que, mediante el conocimiento y la práctica de la verdad, y por la gracia de Cristo, puedan ser transformados a su imagen. 

Judas tuvo las mismas oportunidades que los demás discípulos. Escuchó las mismas preciosas lecciones. Pero la práctica de la verdad requerida por Cristo contradecía los deseos y propósitos de Judas, y él no quería renunciar a sus ideas para recibir sabiduría del Cielo” (Deseado de Todas las Gentes, pp. 260-261). En vez de andar en la luz, Judas prefirió conservar sus defectos. Albergó malos deseos, pasiones vengativas y pensamientos lóbregos y rencorosos, hasta que Satanás se posesionó plenamente de él. Judas llegó a ser un representante del enemigo de Cristo. Cuando llegó a asociarse con Jesús, tenía algunos preciosos rasgos de carácter que podrían haber hecho de él una bendición para la iglesia. Si hubiese estado dispuesto a llevar el yugo de Cristo, podría haberse contado entre los principales apóstoles; pero endureció su corazón cuando le señalaron sus defectos, y con orgullo y rebelión prefirió sus egoístas ambiciones, y así se incapacitó para la obra que Dios quería darle (Deseado de Todas las Gentes, p. 262).

PEDRO, EL QUE CORTÓ OREJA.

 Un hombre recio y aguerrido, y es el tipo de cristiano celoso de la causa de Dios. La Biblia dice: “Caminando por la ribera del mar de Galilea vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, echando la red en el mar, pues eran pescadores, y les dice: «Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres.» Y ellos al instante, dejando las redes, le siguieron” (Mateo 4:18-20). Según el Evangelio de Juan, fue su hermano Andrés quien lo introdujo al grupo, tras encontrarse ambos entre los seguidores de Juan el Bautista (ver Juan 1:40-42). Sin embargo, el evangelio de San Mateo, dice que Pedro fue el primero en reconocer a Jesús como el Hijo del Dios Viviente y no su hermano Andrés. Dice la Escritura: “Respondiendo Simón Pedro, dijo: —Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: —Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mateo 16:16.17). Después de haber caminado con Jesús alrededor de tres años y medio, Pedro es probado en su fe por Satanás y niega Jesús tres veces. Las Sagradas Escrituras dicen: “Dijo también el Señor: —Simón, Simón, Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos. Él le dijo: —Señor, estoy dispuesto a ir contigo no sólo a la cárcel, sino también a la muerte. Y él le dijo: —Pedro, te digo que el gallo no cantará hoy antes que tú niegues tres veces que me conoces” Lucas 22:31-34). Y lo negó diciendo: no lo conozco y lloró amargamente porque en la hora que Jesús más lo necesitaba, dijo que no lo conocía (Lucas 22:55-62). Pedro se arrepintió, volvió a su oficio de pescador, pero Jesús le restauró al servicio, a tal grado que le encargó el apacentar sus ovejas (Juan 21:2-19). Finalmente, Pedro es utilizado por el Espíritu Santo en el día del Pentecostés, en el que se convirtieron y se bautizaron como 3000 personas (Hechos 2:1-41). Pedro, fue llamado el gran apóstol de los judíos, y además, el que habló a Cornelio, un centurión de la compañía la Italiana. Y tanto le sirvió a Dios que hasta su sombra curaba a los enfermos (Hechos 5:14-15). 

JUAN, EL DISCÍPULO AMADO.

Todos los discípulos tenían graves defectos cuando Jesús los llamó a su servicio. Aun Juan, quien vino a estar más íntimamente asociado con el manso y humilde Jesús, no era por naturaleza manso y sumiso. Él y su hermano eran llamados "hijos del trueno." Aun mientras andaba con Jesús, cualquier desprecio hecho a éste despertaba su indignación y espíritu combativo. En el discípulo amado, había mal genio, espíritu vengativo y de crítica. En la Biblia encontramos rasgos del carácter de este defecto. Un día cuando los samaritanos rechazaron a Jesús, Juan dijo estas palabras: “Al ver esto, Jacobo y Juan, sus discípulos, le dijeron: —Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma? Entonces, volviéndose él, los reprendió diciendo: —Vosotros no sabéis de qué espíritu sois, porque el Hijo del hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas. Y se fueron a otra aldea” (Lucas 9:54-46). Era orgulloso y ambicionaba ocupar el primer puesto en el reino de Dios. También la Escritura dice: “Un día se acercó la madre de Juan y Santiago, hijos de Zebedeo postrándose ante Él y pidiéndole algo. Él le dijo: —¿Qué quieres? Ella le dijo: —Ordena que en tu Reino estos dos hijos míos se sienten el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda. Entonces Jesús, respondiendo, dijo: —No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber del vaso que yo he de beber, y ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado? Ellos le respondieron: —Podemos (Mateo 20:20-22). Pero día tras día, en contraste con su propio espíritu violento, contempló la ternura y tolerancia de Jesús, y fue oyendo sus lecciones de humildad y paciencia. Abrió su corazón a la influencia divina y llegó a ser no solamente oidor sino hacedor de las obras del Salvador. Ocultó su personalidad en Cristo y aprendió a llevar el yugo y la carga de Cristo (Deseado de Todas las Gentes, p. 262). 

Juan llegó a ser el discípulo amado porque mientras los demás escuchaban las palabras del Salvador, este se quedaba con Jesús para resolver todas sus dudas en cuanto a las enseñanzas de su Maestro, tanta fue la relación personal con Jesús que se recostaba en su pecho como un niño con su padre. La Escritura dice: “Y uno de sus discípulos, al cual Jesús amaba, estaba recostado en el pecho de Jesús (Juan 13:23 versión Reina Valera 1909). Y esa relación le llevó, no a abandonar a su Maestro como los demás discípulos sino a estar hasta el final de su muerte frente de Él en el Gólgota; a tal grado que Jesús le encargó a Juan, la custodia de su madre. Dice la Escritura: “Cuando vio Jesús a su madre y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: —Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: —He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa” (Juan 19:26-27). Como fruto del amor a Jesús, Juan el discípulo amado escribió las cartas del amor (1ª, 2ª y 3ª de Juan). 

TOMÁS, EL INCRÉDULO.

Tomás es uno de los discípulos que después de haber andado con Jesús, al igual que los demás discípulos; lo abandonó y se encerró con los demás por temor a los romanos. Y el que después de la resurrección y aparición de Jesús a sus discípulos por primera vez, no estaba con ellos. Dice la Escritura: ”Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús se presentó. Le dijeron, pues, los otros discípulos: —¡Hemos visto al Señor! Él les dijo: —Si no veo en sus manos la señal de los clavos y meto mi dedo en el lugar de los clavos, y meto mi mano en su costado, no creeré. Ocho días después estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, se puso en medio y les dijo: —¡Paz a vosotros! Luego dijo a Tomás: —Pon aquí tu dedo y mira mis manos; acerca tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Entonces Tomás respondió y le dijo: —¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: —Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron y creyeron” (Juan 20:24-29).

El que llamó a los pescadores de Galilea está llamando todavía a los hombres a su servicio. Y está tan dispuesto a manifestar su poder por medio de nosotros como por los primeros discípulos. Por imperfectos y pecaminosos que seamos, el Señor nos ofrece asociarnos consigo, para que seamos aprendices de Cristo. Nos invita a ponernos bajo la instrucción divina para que unidos con Cristo podamos realizar las obras de Dios. ¿A cuál de estos discípulos te pareces o te quieres parecer? ¿A Judas iscariote, negando a Jesús todos los días y al final tomar la justicia en tus manos? O ¿A Juan, el discípulo amado, quien perseveró hasta el final al lado de Jesús? O ¿A Pedro, quien negó a Jesús tres veces, se arrepintió y después Jesús lo llamó a apacentar sus ovejas en la Iglesia Cristiana? O ¿A Tomás, el incrédulo: “hasta no ver, no creer”? Dios te ayude a seguir el ejemplo de Jesús para no fallarle y estar listos para el reino de los cielos.