CONTRASTE ENTRE JUDAS CON JUAN Y PEDRO 

 “Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Juan 3:3).

Comparar la vida de Juan con la de Judas nos permite notar uno de los mayores contrastes entre los doce apóstoles. De un lado, encontramos el tronar del temperamento fuerte y ambicioso del “hijo del trueno”, que, aunque tenía esa característica, era sensible y sumiso a Dios. Del otro lado, nos topamos con la capacidad y la inteligencia admirables de Judas, que eran invadidas por excesivas dosis de egoísmo y avaricia.

Juan es un gran ejemplo de santificación. Elena de White declara: “Día tras día su corazón fue atraído a Cristo hasta que se perdió de vista a sí mismo por amor a su Maestro. El poder y la ternura, la majestad y la mansedumbre, la fuerza y la paciencia que vio en la vida diaria del Hijo de Dios llenaron su alma de admiración. Sometió su temperamento resentido y ambicioso al poder modelador de Cristo, y el amor divino realizó en él una transformación de carácter” (Los hechos de los apóstoles, p. 460).

Su relación sincera con Cristo y la lucha intensa contra el pecado permitieron que el Maestro realizara en Juan el proceso de santificación que, de acuerdo con la enseñanza de Elena de White, “no es obra de un momento, una hora, o un día, sino de toda la vida. […] Es el resultado de morir constantemente al pecado y vivir cada día para Cristo” (ibíd., pp. 462, 463).

En contraste con la santificación de Juan, vemos la apostasía de Judas Iscarióte. Él deseó seguir al Señor y, aunque no era totalmente insensible a los intentos del Cielo para salvarlo, “no humilló su corazón ni confesó sus pecados” (ibíd., p. 460). Por causa de esto, él permitió que el pecado creciera de modo descontrolado en su vida “hasta que Satanás obtuvo la dirección completa de su vida” (ibíd., p. 461).

Los dos tuvieron las mismas oportunidades. Elena de White indica el motivo por el cual ellos tuvieron finales tan diferentes: “Juan luchó fervorosamente contra sus defectos; pero Judas violó su conciencia y cedió a la tentación […]. Pero, mientras que uno en humildad aprendía de Jesús, el otro reveló que no era un hacedor de la palabra, sino solamente un oidor. El uno, destruyendo diariamente el yo y venciendo al pecado, fue santificado por medio de la verdad; el otro, resistiendo el poder transformador de la gracia y dando rienda suelta a sus deseos egoístas, fue reducido a servidumbre por Satanás” (ibíd., pp. 460,461).

Por otro lado vemos a Pedro y al mismo Judas Iscariote, quienes fallaron al Maestro Jesús. Pedro era también recio, respondón y de carácter duro tanto que todavía en la entrega del Maestro cortó una oreja, sólo que se dejó transformar por la gracia de Cristo después de su resurrección. Tanto que Jesús le encargó apacentar al redil o la Iglesia Apostólica (Juan 21:15.19). Judas, por su parte, tomó la justicia en sus manos y decidió quitarse la vida al colgarse con una soga. 

Ni José, ni Daniel ni ninguno de los apóstoles pretendieron ser impecables. Los hombres que han vivido más cerca de Dios, los hombres que habrían sacrificado la vida misma antes que pecar deliberadamente contra El, los hombres a quienes Dios ha honrado con luz y poder divinos, se han reconocido a sí mismos como pecadores, indignos de sus grandes mercedes. Han sentido su debilidad y, pesarosos por sus pecados, han tratado de imitar al modelo: Cristo Jesús (Elena de White. Fe y Obras, pág. 43).

¿Cuál ha sido tu elección? Tú y yo podríamos ser cualquiera de ellos en este tiempo pero te invito a imitar a Jesús, el Modelo perfecto que todo lo perdona por su gracia. Permite que Dios realice en tu vida la maravillosa obra de santificación diaria que te preparará para vivir en el cielo. Dios te bendiga grandemente.