DIOS ES EL VENCEDOR

“Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte” (Apocalipsis 12:11).

Necesitamos ver la vida siempre desde la perspectiva correcta y recordar que no estamos en un picnic, sino en un campo de batalla. Hay una guerra que se está desarrollando ahora “contra las huestes de las tinieblas. A menos que sigamos de cerca a nuestro Guía, Satanás obtendrá la victoria sobre nosotros” (Alza tus ojos, p. 198).

Nuestra única alternativa para la victoria es buscar más profundamente al Señor. Solamente podemos vencer en este conflicto si empuñamos armas espirituales.

Las Sagradas Escrituras nos dicen: “Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos” (Efesios 6:10-18).

El enemigo es mucho más fuerte y experto que nosotros. Ya probó eso en el Edén y continúa demostrando su fuerza a lo largo de la historia. Si lo enfrentamos solos y sin Dios, vamos a terminar seducidos y comprometidos con aquello que fácilmente podríamos reconocer y vencer. Sin embargo, uno con Dios siempre es mayoría. Es en la comunión personal con él donde vencemos. Con oración y estudio de la Biblia, somos protegidos en el campo de batalla.

No podemos seguir la vida de manera intensiva durante la semana y contentarnos con un suplemento espiritual durante el sábado. No es posible gastar todas nuestras energías con lo que es personal y llevar la vida cristiana de manera superficial, sin compromiso, entrega ni sacrificio por las cosas del Señor.

Nuestras prioridades no pueden estar en la trinidad materialista, formada por muebles, inmuebles y automóviles; mucho menos en ropas, restaurantes y viajes. Esas cosas pueden hasta ocupar algún lugar en nuestra vida, pero no pueden asumir el protagonismo de nuestra existencia. Como enseñó Elena de White: “Sería mejor sacrificar nuestros gustos egoístas antes que descuidar la comunión con Dios” (El conflicto de los siglos, p. 680).

La advertencia inspirada es clara: “Satanás observa ansiosamente para hallar desprevenidos a los cristianos. ¡Oh, si los seguidores de Cristo recordaran que la eterna vigilancia es el precio de la vida eterna!” (Alza tus ojos, p. 198).

Dios está en busca de hombres y mujeres que sean intensos en la comunión. No dejes de lado tus momentos de relación con el Cielo. Estamos en guerra, y solamente podremos vencer por “la sangre del Cordero”. Que el manto de justicia, de protección, de sanidad y de gracia de Cristo se extienda sobre ti y tu familia, y en este día salgas victorioso en toda prueba del enemigo. Dios te bendiga