COMPARTIR LA PALABRA

“Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina… Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio” (2ª Timoteo 4:1-2, 5).

 

Cuando testificamos, hablamos de Jesús. Pero ¿qué sabríamos de Jesús sin la Biblia? De hecho, ¿cuánto sabríamos sobre el Gran Conflicto; el amor de Dios; el nacimiento, la vida, el ministerio, la muerte, la resurrección y el regreso de nuestro Señor, si no tuviéramos las Escrituras?

Las buenas noticias son para compartir. Piensa en los momentos de tu vida que te han deleitado con buenas noticias. Pudo haber sido el día en que te comprometiste para casarte, el nacimiento de un hijo, un nuevo trabajo o la compra de un automóvil o una casa nuevos. Estabas tan emocionado que no podías esperar para compartirlo.

Es maravilloso compartir nuestra alegría con los demás, pero la mejor noticia en todo el Universo es la historia de Jesús. Cuando descubrimos nuevas ideas en su Palabra acerca de la salvación que hay en Cristo, nuestros corazones se llenan de alegría y anhelamos contarle a alguien más. 

Cuando los líderes religiosos intentaron detener la predicación de los apóstoles, Pedro declaró: “Porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hechos 4:20). “Respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29).

“Tan pronto como uno va a Cristo, nace en el corazón un vivo deseo de dar a conocer a otros cuán precioso amigo ha encontrado en Jesús; la verdad salvadora y santificadora no puede permanecer encerrada en el corazón. Jesús murió como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y es a través de este sacrificio que el Padre acepta a todos los que creen en su Hijo amado. Dice las Escritura: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). Y las buenas nuevas es que no importa tu vida pasada y presente, Jesús te acepta tal como estás, solo tienes que aceptar su sacrificio y Él te perdonará todo tu pasado. El apóstol Juan escribió: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (Juan 3:16-19). Jesús ahora está a la diestra del Padre como nuestro Intercesor: “¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros” (Romanos (:34). Nuestro Mediador; “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1ª Timoteo 2:5). Nuestro Abogado: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1ª Juan 2:1). Nadie está en el cielo, mas que Cristo Jesús para echarnos una mano en nuestra vida todos los días. Debemos aprovechar este ministerio de Intercesión para cada día nuestros pecados en el libro de pecados sean borrados solo por la sangre de Cristo Jesús. Y cuando venga como Juez de vivos y muertos, vendrá por nosotros y nos entregará un veredicto de inocentes porque confiamos en sus méritos, en su sacrificio perfecto en la cruz del Calvario. Por eso, hoy es el tiempo de confesar nuestros pecados en el nombre de Jesús: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1ª Juan 1:9). Hoy es el tiempo de creer y confesar a Jesús: “Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Romanos 10:9-10).

Si estamos revestidos de la justicia de Cristo y rebosamos de gozo por la presencia de su Espíritu, no podremos guardar silencio” (Elena de White. Camino a Cristo, p. 66). 

El apóstol Pablo escribió: “A griegos y a no griegos, a sabios y a no sabios soy deudor. Así que, en cuanto a mí, pronto estoy a anunciaros el evangelio también a vosotros que estáis en Roma. Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío, primeramente, y también al griego” (Romanos 1:14-16). El apóstol Pablo nunca se cansó de contar su historia de conversión. Su corazón desbordó de alegría en Jesús. Para él, las buenas noticias eran para compartir, y no podía estar callado.

Y tú y yo, ¿qué haremos? ¿Nos quedaremos callados sin hablar de Aquel que salva a la humanidad y que puede salvar a todos mis amigos y seres amados? Dios esté contigo, te bendiga, ponga en tus labios las palabras de Jesús y hables a otros a través de tu vida. Bendiciones