EL DESEADO DE TODAS LAS GENTES
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Pero el amor de Cristo no se limita a una clase. Se identifica con cada
hijo de la humanidad. A fin de que pudiésemos llegar a ser miembros de
la familia celestial, se hizo miembro de la familia terrenal. Es Hijo
del hombre, y así hermano de cada hijo e hija de Adán. Sus seguidores no
se han de sentir separados del mundo que perece en derredor suyo. Son
una parte de la trama y urdimbre de la humanidad; y el Cielo los mira
como hermanos de los pecadores tanto como de los santos. Los que han
caído, los que yerran y los pecaminosos, son abarcados por el amor de
Cristo; y cada buena acción hecha para elevar a un alma caída, cada acto
de misericordia, son aceptados como hechos a él.
Los ángeles del cielo son enviados para servir a los que han de heredar
la salvación. No sabemos ahora quiénes son; aún  no se ha manifestado
quiénes han de vencer y compartir la herencia de los santos en luz; pero
los ángeles del cielo están recorriendo la longitud y la anchura de la
tierra, tratando de consolar a los afligidos, proteger a los que corren
peligro, ganar los corazones de los hombres para Cristo. No se descuida
ni se pasa por alto a nadie. Dios no hace acepción de personas, y tiene
igual cuidado por todas las almas que creó (DTG, 593-594).

CAPÍTULO 81 "El Señor ha Resucitado" *
HABÍA transcurrido lentamente la noche del primer día de la semana. Había llegado la hora más sombría, precisamente antes del amanecer. Cristo estaba todavía preso en su estrecha tumba. La gran piedra estaba en su lugar; el sello romano no había sido roto; los guardias romanos seguían velando. Y había vigilantes invisibles. Huestes de malos ángeles se cernían sobre el lugar. Si hubiese sido posible, el príncipe de las tinieblas, con su ejército apóstata, habría mantenido para siempre sellada la tumba que guardaba al Hijo de Dios. Pero un ejército celestial rodeaba al sepulcro. Ángeles excelsos en fortaleza guardaban la tumba, y esperaban para dar la bienvenida al Príncipe de la vida.
"Y he aquí que fue hecho un gran terremoto; porque un ángel del Señor descendió del cielo."* Revestido con la panoplia de Dios, este ángel dejó los atrios celestiales. Los resplandecientes rayos de la gloria de Dios le precedieron e iluminaron su senda. "Su aspecto era como un relámpago, y su vestido blanco como la nieve. Y de miedo de él los guardas se asombraron, y fueron vueltos como muertos."
¿Dónde está, sacerdotes y príncipes, el poder de vuestra guardia? --Valientes soldados que nunca habían tenido miedo al poder humano son ahora como cautivos tomados sin espada ni lanza. El rostro que miran no es el rostro de un guerrero mortal; es la faz del más poderoso ángel de la hueste del Señor. Este mensajero es el que ocupa la posición de la cual cayó Satanás. Es aquel que en las colinas de Belén proclamó el nacimiento de Cristo. La tierra tiembla al acercarse, huyen las huestes de las tinieblas y, mientras hace rodar la piedra, el cielo parece haber bajado a la tierra. Los soldados le ven quitar la piedra como si fuese un canto rodado, y le oyen clamar: Hijo de Dios, sal fuera; tu Padre te llama. Ven a Jesús salir de la tumba, y le oyen proclamar sobre el sepulcro abierto: "Yo soy  la resurrección y la vida." Mientras sale con majestad y gloria, la hueste angélica se postra en adoración delante del Redentor y le da la bienvenida con cantos de alabanza.
Un terremoto señaló la hora en que Cristo depuso su vida, y otro terremoto indicó el momento en que triunfante la volvió a tomar. El que había vencido la muerte y el sepulcro salió de la tumba con el paso de un vencedor, entre el bamboleo de la tierra, el fulgor del relámpago y el rugido del trueno. Cuando vuelva de nuevo a la tierra, sacudirá "no solamente la tierra, mas aun el cielo."* "Temblará la tierra vacilando como un borracho, y será removida como una choza." "Plegarse han los cielos como un libro;" "los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella están serán quemadas." "Mas Jehová será la esperanza de su pueblo, y la fortaleza de los hijos de Israel."*

Cristo surgió de la tumba glorificado, y la guardia romana lo contempló. Sus ojos quedaron clavados en el rostro de Aquel de quien se habían burlado tan recientemente. En este ser glorificado, contemplaron al prisionero a quien habían visto en el tribunal, a Aquel para quien habían trenzado una corona de espinas. Era el que había estado sin ofrecer resistencia delante de Pilato y de Herodes, Aquel cuyo cuerpo había sido lacerado por el cruel látigo, Aquel a quien habían clavado en la cruz, hacia quien los sacerdotes y príncipes, llenos de satisfacción propia, habían sacudido la cabeza diciendo: "A otros salvó, a sí mismo no puede salvar."* Era Aquel que había sido puesto en la tumba nueva de José. El decreto del Cielo había librado al cautivo. Montañas acumuladas sobre montañas y encima de su sepulcro, no podrían haberle impedido salir.

Al ver a los ángeles y al glorificado Salvador, los guardias romanos se habían desmayado y caído como muertos. Cuando el séquito celestial quedó oculto de su vista, se levantaron y tan  prestamente como los podían llevar sus temblorosos miembros se encaminaron hacia la puerta del jardín. Tambaleándose como borrachos, se dirigieron apresuradamente a la ciudad contando las nuevas maravillosas a cuantos encontraban. Iban adonde estaba Pilato, pero su informe fue llevado a las autoridades judías, y los sumos sacerdotes y príncipes ordenaron que fuesen traídos primero a su presencia. Estos soldados ofrecían una extraña apariencia. Temblorosos de miedo, con los rostros pálidos, daban testimonio de la resurrección de Cristo. Contaron todo como lo hablan visto; no habían tenido tiempo para pensar ni para decir otra cosa que la verdad.

Con dolorosa entonación dijeron: Fue el Hijo de Dios quien fue crucificado; hemos oído a un ángel proclamarle Majestad del cielo, Rey de gloria.
Los rostros de los sacerdotes parecían como de muertos. Caifás procuró hablar. Sus labios se movieron, pero no expresaron sonido alguno. Los soldados estaban por abandonar la sala del concilio, cuando una voz los detuvo. Caifás había recobrado por fin el habla. --Esperad, esperad, --exclamó.-- No digáis a nadie lo que habéis visto.
Un informe mentiroso fue puesto entonces en boca de los soldados. "Decid --ordenaron los sacerdotes:-- Sus discípulos vinieron de noche, y le hurtaron, durmiendo nosotros. " En esto los sacerdotes se excedieron. ¿Cómo podían los soldados decir que mientras dormían los discípulos habían robado el cuerpo? Si estaban dormidos, ¿cómo podían saberlo? Y si los discípulos hubiesen sido culpables de haber robado el cuerpo de Cristo, ¿no habrían tratado primero los sacerdotes de condenarlos? O si los centinelas se hubiesen dormido al lado de la tumba, ¿no habrían sido los sacerdotes los primeros en acusarlos ante Pilato?
Los soldados se quedaron horrorizados al pensar en atraer sobre sí mismos la acusación de dormir en su puesto. Era un delito punible de muerte. ¿Debían dar falso testimonio, engañar al pueblo y hacer peligrar su propia vida? ¿Acaso no habían cumplido su penosa vela con alerta vigilancia? ¿Cómo podrían soportar el juicio, aun por el dinero, si se perjuraban?

A fin de acallar el testimonio que temían, los sacerdotes prometieron asegurar la vida de la guardia diciendo que Pilato  no deseaba más que ellos que circulase un informe tal. Los soldados romanos vendieron su integridad a los judíos por dinero. Comparecieron delante de los sacerdotes cargados con muy sorprendente mensaje de verdad; salieron con una carga de dinero, y en sus lenguas un informe mentiroso fraguado para ellos por los sacerdotes (DTG, 725-728).