LA HISTORIA DE LA REDENCIÓN
Conoce lo que pasó en el Edén antes de la caída del hombre y como Dios puso en marcha el Plan de Redención.
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5. EL PLAN DE SALVACIÓN

 

Habían actuado juntos en ocasión de la creación de la tierra y de todos los seres vivientes que había en ella. Entonces Dios dijo a su Hijo: "Hagamos al hombre a nuestra imagen".  Cuando Adán salió de las manos de su Creador era de noble talla y hermosamente simétrico. Era bien proporcionado y su estatura era un poco más del doble de la de los hombres que hoy habitan la tierra. Sus facciones eran perfectas y hermosas. Su tez no era blanca ni pálida, sino sonrosado, y resplandecía con el exquisito matiz de la salud. Eva no era tan alta como Adán. Su cabeza se alzaba algo más arriba de los hombros de él. También era de noble aspecto, perfecta en simetría y muy hermosa (Historia de la Redención, p. 21).

 

EL CIELO se llenó de pesar cuando todos se dieron cuenta de que el hombre estaba perdido y que el mundo creado por Dios se llenaría de mortales condenados a la miseria, la enfermedad y la muerte, y que no había vía de escape para el ofensor. Toda la familia de Adán debía morir. Contemplé al amante Jesús y percibí una expresión de simpatía y pesar en su rostro. Pronto lo vi aproximarse al extraordinario y brillante resplandor que rodea al Altísimo. Mi ángel acompañante dijo: "Está en íntima comunión con su Padre". La ansiedad de los ángeles parecía ser muy intensa mientras Jesús estaba en comunión con Dios. Tres veces lo encerró el glorioso resplandor que rodea al Padre, y cuando salió la tercera vez, se lo pudo ver. Su rostro estaba calmado, libre de perplejidad y duda, y resplandecía con una bondad y una amabilidad que las palabras no pueden expresar.

Entonces informó a la hueste angélica que se había encontrado una vía de escape para el hombre perdido. Les dijo que había suplicado a su Padre, y que había ofrecido su vida en rescate, para que la sentencia de muerte recayera sobre él, para que por su intermedio el hombre pudiera encontrar perdón; para que por los méritos de su sangre, y como resultado de su obediencia a la ley de Dios, el hombre pudiera gozar del favor del Señor, volver al  hermoso jardín y comer del fruto del árbol de la vida.

En primera instancia los ángeles no se pudieron regocijar, porque su Comandante no les ocultó nada, sino por el contrario abrió frente a ellos el plan de salvación. Les dijo que se ubicaría entre la ira de su Padre y el hombre culpable, que llevaría sobre sí la iniquidad y el escarnio, y que pocos lo recibirían como Hijo de Dios. Casi todos lo aborrecerían y lo rechazarían. Dejaría toda su gloria en el cielo, aparecería sobre la tierra como hombre, se humillaría como un hombre, llegaría a conocer por experiencia propia las diversas tentaciones que asediarían al hombre, para poder saber cómo socorrer a los que fueran tentados; y que finalmente, después de cumplir su misión de maestro, sería entregado en manos de los hombres, para soportar casi toda la crueldad y el sufrimiento que Satanás y sus ángeles pudieran inspirar a los impíos; que moriría la más cruel de las muertes, colgado entre el cielo y la tierra, como un culpable pecador; que sufriría terribles horas de agonía, que los mismos ángeles no serían capaces de contemplar, pues velarían sus rostros para no verla. No solo sufriría de agonía corporal, sino de una agonía mental con la cual la primera de ningún modo se podía comparar. El peso de los pecados de todo el mundo recaería sobre él. Les dijo que moriría y se levantaría de nuevo al tercer día, que ascendería a su Padre para interceder por el hombre extraviado y culpable.

La única vía posible de salvación

Los ángeles se postraron delante de él. Ofrecieron sus vidas. Jesús les dijo que mediante la suya salvaría a muchos, y que la de un ángel no podía  pagar esa deuda. Sólo su vida podía ser aceptada por su Padre como rescate en favor del hombre. Les dijo que desempeñarían un papel, que estarían con él en diferentes oportunidades para fortalecerlo; que tomaría la naturaleza caída del hombre, y que su fortaleza ni siquiera se igualaría con la de ellos; que serían testigos de su humillación y sus grandes sufrimientos; y que al verificarlos y ver el odio de los hombres, se sentirían sacudidos por las más profundas emociones, y por amor a él querrían rescatarlo y librarlo de sus asesinos, pero que no debían interferir ni evitar nada de lo que contemplaran; que desempeñarían una parte en ocasión de su resurrección; que el plan de salvación había sido trazado, y que su Padre lo aceptaba.

Con santa pesadumbre Jesús consoló y animó a los ángeles, y les informó que después de estas cosas los que él redimiera estarían con el, y que mediante su muerte rescataría a muchos y destruiría al que tenía el poder de la muerte. Que su Padre le daría el reino y su grandeza debajo de todos los cielos, y que lo poseería para siempre jamás. Satanás y los pecadores serían destruidos, y no perturbarían nunca más el cielo ni la nueva tierra purificada. Jesús encareció a la hueste celestial que aceptara el plan que su Padre había aceptado, y que se regocijaran en el hecho de que por medio de su muerte el hombre caído podría de nuevo ser exaltado para obtener el favor de Dios y gozar del cielo. Historia de la Redención, p. 44-45.