“LA BIBLIA Y EL PRIMER MANDAMIENTO”  

 

  «Si me amáis, guardad mis mandamientos»                                               (San Juan 14:15).

     

¿Sabías que, de toda la Biblia que fue inspirada por el Espíritu Santo y escrita por hombres o profetas, lo único que Dios escribió con su propio dedo fueron los Diez Mandamientos? Dice la Escritura: “Y dio a Moisés, cuando acabó de hablar con él en el monte del Sinaí, dos tablas del testimonio, tablas de piedra escritas con el dedo de Dios (Éxodo 31:18). “Después el Señor le dijo a Moisés: Escribe tú estas palabras; porque conforme a estas palabras he hecho pacto contigo y con Israel. Y se quedó Moisés allí con el Señor cuarenta días y cuarenta noches; no comió pan, ni bebió agua.  Y el Señor escribió en tablas las palabras del pacto, los diez mandamientos” (Éxodo 34:27-28). El pacto que Dios hizo con su pueblo cuando los sacó de Egipto, de casa de servidumbre, es y debería ser, el mismo pacto con sus hijos que vivimos esclavos del pecado en el mundo, cuando no conocemos a Jesús y su santa Ley. Y este pacto que estaba guardado en el Arca del pacto en el lugar Santísimo del Tabernáculo, se encuentra en Éxodo 20:3-17.

 

Guardar los mandamientos no es causa de salvación sino el resultado de ella, es decir, soy salvo por gracia en la sangre de Cristo y al guardar los mandamientos de Dios me resguardo de hacer el mal. La Biblia dice: Porque por gracia sois salvos por medio de la fe, y eso no es de vosotros, pues es un regalo de Dios, no por obras para que nadie se gloríe (Efesios2:8-9). “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (San Juan 14:15). 

 

Los mandamientos de Dios son un trasunto o copia de su carácter, y al guardarlos, estas cualidades se van transfiriendo poco a poco por el Espíritu Santo al obedecer su Palabra. “Dios es bueno (Mateo 19:16-17), su Ley es buena (Romanos 7:12). Dios es Perfecto (Mateo 5:48), su Ley es perfecta (Salmos 19:7). Dios es Justo (1ª Juan 2:1), su Ley es justa (Romanos 7:12). Dios es Amor (1ª Juan 4:8), su Ley es amor (Romanos 13:10). Dios es Santo (1ª pedro 1:15-16), su Ley es santa (Romanos 7:12), y Dios es Eterno (Hebreos 13:8), su ley es eterna (Salmos 111:7-8).

 

Ahora bien, por causa de la transgresión de la Ley vino el pecado porque la Biblia dice: “Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley” (1ª Juan 4:5); y por causa del pecado Jesús murió en la cruz del Calvario por nosotros. Por eso el rey Salomón declarando la importancia de la vida espiritual dijo: “El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, el cual se hará sobre toda cosa oculta, buena o mala” (Eclesiastés 12:13-14). 

 

Te invito para que juntos analicemos el PRIMER MANDAMIENTO de la Ley de Dios. 

I. NO TENDRÁS DIOSES AJENOS DELANTE DE MÍ (ÉXODO 20:3).

Todo el problema del “terrible experimento de la rebelión” tiene que ver con si erigimos a Dios, en nuestro corazón, como lo que realmente es, “nuestro Dios”: si le damos el primer lugar en nuestra vida o si nos colocamos a nosotros mismos, o a otros seres o cosas, como nuestro dios.

 

Porque un dios es, por definición, aquello que ocupa un lugar supremo en nuestra mente; lo que admiramos por encima de todo; aquello a lo que le otorgamos nuestra lealtad y el supremo afecto; lo que rige, en última instancia, nuestro pensamiento y nuestra voluntad. Aquello que creemos que nos puede dar la felicidad suprema, definitiva. Aun cuando nuestra sociedad occidental, desde hace más de doscientos años, se ha venido convirtiendo en escéptica, secularizada, antirreligiosa, todo el mundo tiene sus “dioses”. La pregunta es: ¿merecen todos esos dioses humanos nuestra devoción suprema y nuestra lealtad incondicional; que estructuremos nuestra vida y nuestra voluntad en función de ellos? Realmente, ¿pueden garantizarnos la felicidad inefable que buscamos de ellos?

 

Elena de White dice: “Jehová, el eterno, el que posee existencia propia, el no creado, el que es la fuente de todo y el que lo sustenta todo, es el único que tiene derecho a la veneración y adoración supremas. Se prohíbe al hombre dar a cualquier otro objeto el primer lugar en sus afectos o en su servicio. Cualquier cosa que nos atraiga y que tienda a disminuir nuestro amor a Dios o que impida que le rindamos el debido servicio es para nosotros un dios” (Patriarcas y Profetas. Pág. 313).

 

Por otra parte, ¿merece Dios, el Creador revelado en la Biblia, que realmente lo consideremos “nuestro Dios”; es decir, que sea nuestro objeto supremo de devoción y lealtad? ¿Tiene él tales características, tales cualidades, tales sentimientos y tal trato con nosotros, y es capaz de ofrecemos una promesa suprema y duradera de felicidad, que ameriten que lo constituyamos en nuestro Dios?

 

Concluyo: Un dios ajeno puede ser la televisión, el trabajo, la novia o esposa, los amigos, placeres del mundo, las imágenes de cualquier santo u otro ídolo, etc. Todo aquello que nos impida buscar o seguir de todo corazón al Dios Verdadero.