"LA BIBLIA Y LA CODICIA" (10º Mandamiento)

 

«No CODICIARÁS la casa de tu prójimo, no CODICIARÁS la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo» (Éxodo 20:17).

 

¿Cuál sería el límite para que te sintieras la persona más feliz y completa con las cosas que tienes? ¿Qué tendrías que hacer para no envidiar y codiciar las cosas de tu prójimo? ¿Tener una mansión tan lujosa como muchos que teniendo una alta profesión: neurólogos, cardiólogos, grandes empresarios, etc. solo invierten su dinero en algo que ni ellos disfrutan? O ¿Un auto forrado de oro como los grandes ricos de Dubái, que teniéndolo todo hacen de estas cosas un dios? O ¿Ser como uno de los hombres más millonarios de la Tierra como un Bill Gates en nuestro planeta? O ¿Tener una mujer más despampanante y bonita que la tuya, y que, con el tiempo a su vez, se marchitará su belleza?

 

Nuestro mandamiento de hoy, el último del Decálogo, no solo está destinado a proteger las propiedades del prójimo de la rapacidad de los envidiosos y de los ladrones, sino, sobre todo, tiene como objetivo protegerte a ti de una vida sin sentido, vacía, hueca, llena de ansiedad innecesaria y de sentimientos de inferioridad injustificables. Tiene como propósito enseñarte a vivir feliz siendo sencillo de corazón, al valorar y estar agradecido por lo que ya tienes, y por los verdaderos valores de la vida, lo que no se puede comprar con dinero: el amor de la familia y de los amigos; el sol, el cielo azul, las nubes, la belleza de los árboles, de las plantas y de las flores; los dones y las capacidades con que Dios te ha dotado para vivir; el buen humor; la amistad; una buena conversación; gozarte en la sonrisa de tu ser querido. Y, sobre todo, el amor de Dios en el sacrificio de Cristo, la obra incesante y alentadora de su Espíritu, la protección de los ángeles, la esperanza bendita de la vida eterna, de un mundo mejor, exento de dolor, separación y muerte.

 

En realidad, eres rico, y sin costo alguno, porque todos estos dones te son dados por la mano de Dios generosamente, cada día. No necesitas compararte con nadie. Goza de lo que ya tienes, y no te aferres de las cosas, aunque disfrútalas mientras las tienes, sabiendo que la verdadera satisfacción no está en las posesiones sino en las riquezas sencillas con que Dios te bendice cada día. Como reza un dicho popular: “La felicidad no consiste en tener lo que se quiere, sino en querer lo que se tiene”.

 

El apóstol Pablo nos habla de cómo los Israelitas, que anduvieron en el desierto por cuarenta años, tuvieron problemas de la codicia. La Escritura dice: “«Porque no quiero, hermanos, que ignoréis que nuestros padres todos estuvieron bajo la nube, y todos pasaron el mar; y todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar, y todos comieron el mismo alimento espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la Roca era Cristo. Pero de los más de ellos no se agradó Dios; por lo cual quedaron postrados en el desierto. Mas estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros, para que NO CODICIEMOS cosas malas, como ellos CODICIARON. Ni seáis idólatras, como algunos de ellos, según está escrito: Se sentó el pueblo a comer y a beber, y se levantó a jugar. Ni forniquemos, como algunos de ellos fornicaron, y cayeron en un día veintitrés mil. Ni tentemos al Señor, como también algunos de ellos le tentaron, y perecieron por las serpientes. Ni murmuréis, como algunos de ellos murmuraron, y perecieron por el destructor. Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos»” (1ª corintios 10:1-11). Y por estos pecados no entraron en la tierra prometida.

 

Dice una autora: “El décimo mandamiento ataca la raíz misma de todos los pecados, al prohibir el deseo egoísta, del cual nace el acto pecaminoso. El que, obedeciendo a la ley de Dios, se abstiene de abrigar hasta el deseo pecaminoso de poseer lo que pertenece a otro, no será culpable de un mal acto contra sus semejantes. Tales fueron los sagrados preceptos del Decálogo, pronunciados entre truenos y llamas, y en medio de un despliegue maravilloso del poder y de la majestad del gran Legislador. Dios acompañó la proclamación de su ley con manifestaciones de su poder y su gloria, para que su pueblo no olvidara nunca la escena, y para que abrigara profunda veneración hacia el Autor de la ley, Creador de los cielos y de la tierra. También quería revelar a todos los hombres la santidad, la importancia y la perpetuidad de su ley” (Elena de White: Patriarcas y profetas, pág. 318).

 

Toda verdad debe ser aprobada por la Biblia, por toda la Biblia (Tota Scriptura) y solo por la Biblia (Sola Scriptura) con un “Escrito Está o Así dice el Señor”. Este mandamiento en la tradición está dividido en dos, el noveno y el décimo, para completar los diez debido a que se extrajo o se quitó el número dos, y el cuarto mandamiento que habla del sábado se cambió por santificar las fiestas; y de esta manera se enseñan los diez mandamientos cambiados o adulterados. Estudia, analiza, medita y ora para que Dios te de sabiduría y guardes sus mandamientos originales porque esto es el todo del hombre, como dijo Salomón: “El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala” (Eclesiastés 12:13-14).

 

 

Dios te bendiga, te guarde y extienda un escudo de protección alrededor de tu casa, tu trabajo y tus amigos. Te dé de su Espíritu para obedecer la verdad y solamente la verdad.