"LA BIBLIA Y EL OCTAVO MANDAMIENTO" 

 

          «NO HURTARÁS» (Éxodo 20:15).

 

Cuán inspirador es cuando escuchamos, acerca de alguien, expresiones como estas: “Por fulanito, pongo las manos en el fuego”. “Este es un principio que declara que se puede confiar en él”. Hoy en día, en cambio, vivimos un estrés permanente por causa de las innumerables medidas de seguridad que tenemos que tomar para prevenirnos del robo, del engaño o de la estafa. Es que ya quedan muy pocas personas que poseen la preciosa virtud de la integridad: personas sin doblez, incapaces de adueñarse de lo que no es propio, estrictamente respetuosos de lo que no les pertenece.

 

En el origen del mal, en su esencia, el pecado tuvo que ver, entre otras cosas, con no reconocer los derechos de Dios sobre lo que le pertenece legítimamente: nuestro amor, nuestra confianza, nuestra lealtad y nuestra obediencia. El pecado provoca tal egocentrismo que nos impide ver con claridad que no tenemos derecho a todo, que no podemos apropiarnos de todo lo que existe en el universo, que Dios y nuestro prójimo tienen derecho de propiedad sobre lo que les pertenece, que hay límites legítimos para nuestros deseos, apetencias y aun necesidades. Y esto no se aplica solamente a apropiarnos económicamente del dinero de otros o de sus cosas materiales. Tiene que ver con la honestidad en el trabajo, para que nos dediquemos exclusivamente a hacer aquello por lo cual nos están pagando en vez de ocuparnos en cosas personales; se relaciona con la vida estudiantil y el negarse a copiar en un examen o en la entrega de un trabajo práctico; tiene que ver con no quitarle la pareja a nuestro prójimo mediante una conquista amorosa; con reconocer los derechos que Dios tiene sobre nuestra vida, sus afectos y lealtades.

 

La honestidad y la integridad no solo edifican un carácter sólido, firme y transparente, que está en la base de una conciencia limpia, tranquila y segura, sino también nos vuelven confiables para los demás; personas a quienes se les puede encargar responsabilidades, bienes materiales y aun personas a nuestro cuidado.

 

Una escritora declara: “Esta prohibición incluye tanto los pecados públicos como los privados. El octavo mandamiento condena el robo de hombres y el tráfico de esclavos, y prohíbe las guerras de conquista. Condena el hurto y el robo. Exige estricta integridad en los más mínimos pormenores de los asuntos de la vida. Prohíbe la excesiva ganancia en el comercio, y requiere el pago de las deudas y de salarios justos. Implica que toda tentativa de sacar provecho de la ignorancia, debilidad, o desgracia de los demás, se anota como un fraude en los registros del cielo” (Elena de White: Patriarcas y Profetas, pág. 317).

 

Robar o quitar la propiedad a otra persona es pecado ante Dios, y hoy por haberse multiplicado la maldad, dondequiera que vamos existe el robo. Te roban tu auto, en tu casa, tu negocio, tu integridad, etc. El hurto se puede perpetrar de muchas maneras, el más conocido es la rapiña, pero existen otros modos de cometerlo, como estafar en los negocios, hacer trampa para obtener algo que no nos pertenece. Sin embargo, tarde o temprano Dios hará justicia.

 

 Pídele al Padre celestial que siempre sostenga tu integridad, pase lo que pase, y tu vida será clara y luminosa, y podrás andar por el mundo con la frente en alto.

 

Dios te bendiga y extienda su escudo de protección alrededor de tu casa, tu trabajo y tus amigos.